¿Quién pecó, él o sus padres? Se decían unos a otros mientras el hombre seguía sufriendo el alejamiento. Es tan duro ser excluido de la vida de los demás, pero lo es todavía más cuando también se nos hace creer que estamos excluidos del amor de Dios. El sufrimiento quizá tenga más que ver con aquello que "creemos erradamente" que con aquello que "no creemos". Muchas veces he oído hablar del sufrimiento como "ausencia" de algo, pero me parece que los más terrible del sufrimiento no es lo que nos falta, sino lo que cargamos de más. El vacío relacional, la oscuridad que lo priva de ver lo que es establecido como fundamental para los otros, causan un gran dolor en aquel hombre porque lo deja fuera; o peor aún, porque lo deja dentro de una comunidad que lo utiliza como chivo expiatorio, como mal ejemplo, como "mancha".
En el pueblo israelita, como en todo pueblo, existían normas de convivencia que organizaban y regían la vida de las comunidades. Claro está, no respondían a intereses neutros, sino que a menudo eran transmitidos y regidos por quienes eran considerados como autoridades y ostentaban el poder sobre los demás (los padres, los ancianos, los reyes, los militares, los hombres, etc.). Las llamadas "reglas de pureza" en Israel consistían en normas de control socioreligiosas que normaron la vida de pueblos, familias y personas. El término "pureza" no respondía a un sentido moral, y menos aún, al sentido de "suciedad" que muchos le dan todavía hoy a los temas sexuales. "Pureza" era la conformidad con las normas de vida que la comunidad había establecido como legítimas. La impureza, por lo tanto, podía ser considerado un pecado, pero más que una "acción" o una "falta", se trataba de una "condición" que involucraba toda la vida.
El hombre ciego lo era de nacimiento. Su condición fue llevada al plano de la pureza cuando se pregunta si su condición respondía a su propio pecado o al de sus padres: ¿Quién pecó? ¿Quién rompió las normas? ¿Quién atentó contra la comunidad y su estabilidad? Mientras que la impureza se presenta como una transgresión a las "normas" y al "bien", su repercusión mayor está en faltar a la autoridad de aquellos que ostentan el poder, lo que les molesta es que no los obedezcan, les molestan que atenten contra el status quo dentro del cual ellos son poderosos. Lo curioso en esta historia es que quienes hacen esta pregunta son unos pescadores galileos que muy probablemente no pertenecían a las cúpulas sociales, y que seguramente, fueron vistos como impuros por muchos religiosos de su época. Pero la perversidad del dominio humano hace precisamente que las mismas víctimas adopten sus ideologías, y que en sus relaciones adopten los cristerios que tienen los que los gobiernan.
El hombre ciego lo era de nacimiento. Su condición fue llevada al plano de la pureza cuando se pregunta si su condición respondía a su propio pecado o al de sus padres: ¿Quién pecó? ¿Quién rompió las normas? ¿Quién atentó contra la comunidad y su estabilidad? Mientras que la impureza se presenta como una transgresión a las "normas" y al "bien", su repercusión mayor está en faltar a la autoridad de aquellos que ostentan el poder, lo que les molesta es que no los obedezcan, les molestan que atenten contra el status quo dentro del cual ellos son poderosos. Lo curioso en esta historia es que quienes hacen esta pregunta son unos pescadores galileos que muy probablemente no pertenecían a las cúpulas sociales, y que seguramente, fueron vistos como impuros por muchos religiosos de su época. Pero la perversidad del dominio humano hace precisamente que las mismas víctimas adopten sus ideologías, y que en sus relaciones adopten los cristerios que tienen los que los gobiernan.
El legalismo que más tarde expresan los fariseos tiene que ver también con esto. Nadie pregunta por la vida del hombre que acaba de recobrar la vista. Les molesta que se quebrantara la norma. El legalismo se disfraza de objetividad, personifica a la ley y la hace inmutable; oculta las subjetividades a las que responde y se manifiesta absoluta y divina. Sin embargo, hace de la vista gorda de quiénes empoderan con la capacidad y el privilegio de interpretar la Ley, de cumplirla según sus interpretaciones y de hacerla cumplir. Los videntes creen que pueden cuestionar a quienes no ven porque sienten que ver es una cualidad, porque han categorizado la vida. Los fariseos siente que pueden juzgar a quien sana en sábado, porque han cosificado la vida.
Miren, no entren en explicaciones que evaden la misericordia y,Jesús, que advierte la mentalidad de sus discípulos, los saca de ese paradigma. ¿Cómo podria haber pecado él si era un hombre ciego "de nacimiento"? ¿Qué concepción de la vida era aquella en la que un ser humano pagaba por las faltas que sus padres habrían cometido? En todo caso, Jesús sale de ese esquema y más bien plantea otro hecho. El hecho que este hombre sufre de ceguera, que es excluido en su sociedad, que muchos lo tratan como un paria. Por ello dice:
por otro lado, que fomentan la exclusión y la muerte.
Este hombre está frente a mí y yo puedo ayudarlo.
No me pregunto cómo llegó a ser ciego a menos que sea necesario
para que tenga vida. Me pregunto cómo vive su ceguera en este mundo,
me pregunto qué puedo hacer yo como hermano, sé que están
quienes se sirven de su desgracia para sentirse superiores,
para justificar sus crímenes. Entonces, creo que Dios me ha permitido
estar aquí frente a él para darle la vista y para que quede claro que Dios
es un Dios de misericordia (v. 3).
La soberanía de Dios para ayudar a quien sufre también espera de nosotros la humildad para reconocer nuestras limitaciones. No podemos controlar todo en nuestras historias, mucho menos debemos de intentarlo en la de los demás. "Saber", querer saber hasta el último, puede ser también una forma de querer controlar la historia, las vidas. La fe, aquí, no es ignorar, sino saberse finito, saber que no se puede saberlo todo; pero por otro lado, entender que la misericordia es un ejercicio que nos compromete de cerca, que la realidad del otro está allí, y que extenderle la mano, compartir la propia vida es un buen comienzo.
Juan José Barreda es peruano, pastor de la Iglesia Evangélica Bautista de Constitución en Buenos Aires (iglesia miembro de la Red del Camino). Tras hacer una Maestría en el Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires, hizo su doctorado en el campo de Biblia en el Instituto Universitario ISEDET. Actualmente es Secretario de Publicaciones de la Fraternidad Teológica Latinoamericana.