¿Qué habría sido del éxodo sin ellas?
Edesio Sánchez Cetina
Al abrirse, el libro de Éxodo afirma el papel esencial que juega la mujer en actos concretos que afirman su esencia femenina, pero que a la vez la colocan como protagonista de un actuar que construye la overtura teológica sin la cual el evento liberador del éxodo sería “otra historia”.
Edesio Sánchez Cetina
Al abrirse, el libro de Éxodo afirma el papel esencial que juega la mujer en actos concretos que afirman su esencia femenina, pero que a la vez la colocan como protagonista de un actuar que construye la overtura teológica sin la cual el evento liberador del éxodo sería “otra historia”.
La importancia de esta overtura teológica se acentúa aún más al constatar que si bien las mujeres—con nombre o anónimas—aparecen a lo largo del libro (RV60 cita 35 veces la palabra “mujer/es”), es en los primeros cuatro capítulos, especialmente el uno y el dos, que se resalta el papel protagónico de la mujer. En estos cuatro capítulos, las mujeres aparecen como salvadoras; como personas que decidieron ir contra la corriente, sacrificar su seguridad y su vida para salvar a un pueblo, para jugarse el todo por el todo y así formar parte integral y preponderante en el proyecto salvífico de Dios.
Éxodo 1:1-14
En este texto, la mujer no aparece de manera explícita, así que por lo general no ha sido considerado como fuente clave para referirse a la participación protagónica de las mujeres en el plan de Dios para liberar a su pueblo de la opresión egipcia. Sin embargo, si se presta atención a lo que motivó la consternación del Faraón, no se puede dejar de lado la función vital de la mujer. El tema central del pasaje es el miedo del Faraón y de su pueblo por el descomunal crecimiento del pueblo hebreo—por eso se repiten varias veces el verbo “multiplicar” y sus cognados (“fructificar”, “aumentar”, “ser mayor”, “crecer”, “fortalecerse”, “hacerse fuerte”).
El pueblo hebreo es numeroso y, de acuerdo con el informe del faraón (Ex 1:9), es más numeroso y fuerte que el egipcio. Para llegar a tal estado de crecimiento y fortaleza, el papel de la mujer, aun más que el del varón, es de suprema importancia. Porque el texto no solo habla de la fecundidad de las mujeres hebreas, sino también de su fortaleza y salud para traer al mundo una población tan saludable y numerosa. Como esto lo sabía muy bien el farón, no lo sorprenderá en lo más mínimo el argumento de las parteras Sifrá y Puá: Es que las mujeres israelitas no son como las egipcias. Al contrario, son tan fuertes y saludables que tienen sus hijos ellas solas, sin nuestra ayuda (Ex 1:19).
Aunque el texto empieza con una lista de nombres masculinos, descendientes todos de Jacob y patriarcas de las tribus hebreas, y aunque se habla de la fortaleza y gran cantidad de hebreos en masculino—el texto hebreo literalmente dice en 1:12 “hijos de Israel” para referirse a la población masculina y militar hebrea—, el rol central es el de la mujer. En realidad lo que produjo el pavor del faraón fueron las mujeres hebreas que procrearon niños saludables y fuertes con una rapidez sorprendente, iniciando con su fecundidad una verdadera guerra que tenía al rey egipcio al borde del colapso. En relación con esto, aunque prácticamente ninguna versión de la Biblia sigue al Texto masorético, el verbo hebreo que la RV60 traduce como “viniendo” está en femenino plural, y permite la siguiente traducción de toda la oración: “…para que no se multipliquen, y suceda que ellas [las mujeres] nos declaren la guerra”.
Para darle más centralidad al tema de la fecundidad, el magnífico crecimiento y la fortaleza de la población, el texto hace eco del relato de la creación. Al leer Éxodo 1:7 nos es imposible dejar de “escuchar” Génesis 1:28 (véase también Gn 9:1, 7) y la promesa dada a los patriarcas (Gn 17:4-8; 35:11-12). De este modo, no solo se había cumplido con creces la orden divina de poblar la tierra, sino que se había abierto el camino para lograr la liberación sustentad y liderad por Yavé, el Dios del éxodo.
En un artículo titulado “¿Qué hacían mientras tanto las mujeres hebreas (Éxodo 1-2)?”, de Mercedes García Bachmann (Cuadernos de Teología 18, 1999), la autora plantea la pregunta que los exegetas nunca se han hecho: el papel de la mujer en una situación de opresión, esclavitud y pobreza. En efecto, mientras los hombres hebreos sacaban materiales, los cargaban y fabricaban los ladrillos y construían las grandes obras egipcias, algo importante debían de estar haciendo las mujeres. Además de cuidarse durante el embarazo y dar a luz hijos e hijas, las mujeres hacían todo el trabajo de limpieza de las casas, cultivaban los huertos, confeccionaban la ropa, cuidaban y educaban a los niños, hacían y arreglaban la ropa, preparaban los alimentos y, sin duda, se dedicaban a otras tareas, además de ser esclavas y servidoras de las familias egipcias, como el de ser parteras y nodrizas.
En esta, como las siguientes historias, el faraón no solo fracasa en sus planes, sino que termina en ridículo como un gobernante tonto e ingenuo. A pesar de que en el versículo 10 invita a su pueblo a actuar con astucia, todas sus órdenes y las acciones de su pueblo no pudieron prevenir lo que más quería evitar: el crecimiento del pueblo. Claro, ¡no se imaginaba que detrás del pueblo hebreo estaba Yavé actuado a su favor!
Éxodo 1:15-22
No cabe duda de que Sifrá y Puá, las parteras que atendían tanto a las mujeres hebreas como a las egipcias, son los personajes centrales de este relato: Además de sus nombres y los pronombres que se refieren a ellas, seis veces aparece la palabra “parteras” en el texto. El otro personaje clave es el faraón, su jefe—al que el autor prefiere dejar sin nombre—que les da orden de matar a los varoncitos recién nacidos, y a quién, como la historia señala, desobedecen y hasta ridiculizan. Si jugamos con sus nombres, podríamos decir que son “dos chicas bellas y guapas”.
De entrada, el relato nos hace ver que el rey egipcio, sumido en su machismo y actitudes patriarcales, cree que los varones y no las mujeres son el peligro más grande para la “paz” y “estabilidad” de su imperio. A ellos, a los hombres, son a los que se deben raer de la tierra para que se no conviertan en peligro contra el imperio. Parece no haberse dado por enterado de que la razón por la que había surgido el pánico en los versículos anteriores (1-14) y por el tema que ahora concierne, la fuente de su preocupación y temor no son solo los hombres, sino sobre todo las mujeres. Los varones sin las mujeres no pueden multiplicarse, pero las mujeres, aun con pocos hombres podrían llenar la tierra y hacer temblar al imperio más poderoso. Si el faraón lo hubiera pensado mejor pediría no solo la eliminación de los varoncitos, sino también la de toda niña que naciera. De nuevo, el texto está lleno de ironías y sarcasmos por medio de los cuales el narrador se burla del faraón y lo pinta como un soberano tonto y estúpido. La ironía y el sarcasmo se extienden todavía más cuando comparamos el texto de RV60 con el de la TLA y DHH. La RV60, que sigue al Texto masorético, dice en el versículo 22: “echad al río a todo hijo que nazca”. Es decir, el texto hebreo hace que el faraón omita la frase “nacido de los hebreos”—el texto completo debería ser: “echen al río todo hijo nacido de los hebreos”, tal como reflejan TLA y DHH siguiendo a la Septuaginta y otros testigos textuales—y de esa manera, tácitamente, incluya a los niños egipcios entre los que deberían ser echados al río. ¡No solo iba a frenar la población masculina hebrea, sino que su propia nación se iba a quedar sin fuerza militar y laboral!
Las dos parteras—egipcias o hebreas, pues no se sabe a ciencia cierta su nacionalidad y etnia—, temerosas de Dios (Ex 1:17), es decir, obedientes a los principios éticos de Dios, desobedecen al faraón, y preservan la vida de los niños. El relato es por demás un excelente trozo literario, lleno de sarcasmo y fino humor. El rey egipcio no castiga a las parteras, ni se deshace de ellas. Las llama para saber el porqué de su acción. Ambas urden un argumento—sin duda una mentira—ante el cual el faraón no puede responder. Como resultado, las parteras siguieron en su trabajo, los niños y las niñas siguieron acrecentando la población hebrea, y la creatividad y valor de las parteras, unidos a su obediencia a Dios, continuaron la “marcha” liberadora iniciada en el texto anterior (vv. 1-14).
¿Qué lecciones aprendemos de Sifrá y Puá? En primer lugar, que la única manera de romper las cadenas de la opresión es no permitir ser oprimidos. Ambas mujeres decidieron con creatividad y valor oponerse frontalmente al sistema opresivo y de mostrarse mucho más inteligentes y sagaces que el mismo representante del imperio opresor. No, Sifrá y Puá no iban a permitir ser usadas como mecanismo de opresión y muerte. El faraón tendría que buscar a otros agentes del mal para acabar con la vida de todo varón recién nacido—seguía con su necedad de ignorar el poder liberador de las mujeres. En segundo lugar, estas mujeres nos ofrecen la lección de optar no por la violencia para enfrentar la violencia, ni tampoco la abulia o fatalidad pasiva, sino la opción de la tercera vía, la resistencia no violenta. La de encontrar formas creativas de sorprender al poder imperial y no solo salir ilesas, sino con la batalla vencida. ¡Que ironía! Ese rey que no veía en las mujeres el peligro inminente, encontró en dos mujeres la frustración de su macabro plan. Como pago de su valentía, creatividad y sagacidad, Dios mismo las trató con mucha bondad y les concedió una familia numerosa. Por la vía negativa, la historia nos ofrece una tercera lección en la actitud del faraón. El rey de Egipto tenía todas las de perder no solo por haber subestimado la tenacidad y poder creativa de las dos mujeres, sin sobre todo, por haber subestimado el poder de Dios de llevar a cabo su misión liberadora por medio de los vulnerables a favor de los vulnerables.
Éxodo 2:1-10
Si en el relato anterior, la historia tuvo como protagonistas a dos mujeres que se enfrentaron a tú por tú con el faraón, aquí tres mujeres (la madre y la hermana de Moisés, y la misma hija del faraón) desobedecen las órdenes del rey de Egipto y toman las riendas de la historia por su cuenta en el mismo corazón del poder imperial.
El texto queda demarcado por las cláusulas “una hija de Leví que…dio a luz un hijo” (2:1) y “la hija del Faraón…que prohijó [a Moisés]” (2:10), y en medio de estas dos mujeres aparece la “hermana” que con mucha astucia y mente rápida logró que a Moisés nunca le faltara una madre para su supervivencia. La manera en la que el autor redacta su historia, hace resalte de manera superlativa el papel activo y decisivo de las mujeres en la supervivencia de Moisés: evitar que lo maten, encontrarle la madre sustituta perfecta, resolver el problema de su alimentación y cuidado y darle el contexto crecimiento y educación inigualable. El único varón adulto que aparece en la historia se cita en el versículo uno, y de los únicos verbos que es sujeto son “fue” y “tomó”. Después de esta información, la historia la escriben esas tres mujeres. Todos los verbos de acción en la historia las tienen por sujetos.
Sifrá y Puá ya habían hecho su parte en la gran obra liberadora del pueblo hebreo, aseguraron la vida del pequeño Moisés. Ahora les tocaba a la madre, a la hermana—el texto no las cita por nombre, pero por otros textos sabemos que se llamaban Jocabed y Miriam—y a la hija del faraón ayudar a Moisés a crecer y a prepararlo para la misión que Dios le tenía preparada.
En el texto, la madre dice y hace cosas que evocan la obra de creación de Dios y su obra redentora en el diluvio. De acuerdo con el texto hebreo del versículo dos, al ver al bebé, su madre exclama “¡qué bueno es!—queriendo decir al igual que la TLA, “¡Qué hermoso es!”—usando una expresión similar a la que Dios usó al terminar la obra de creación de cada día (Gn 1:4, 10, etc.). Tanto la palabra hebrea para “canasta de juncos” como los elementos que usó la madre para preparar la improvisada barquilla hacen eco del arca y su construcción en los relatos del diluvio (Gn 6:14). En otras palabras, al igual que en el primer relato, esta cuidadosa obra de amor para salvaguardar la vida de su hijo, es relatada en este texto con la grandilocuencia de la obra creadora y redentora de Dios. Y en efecto así es. Jocabed, al igual que su hija y la princesa de Egipto fueron participantes vitales en la misión liberadora del éxodo. Sin ellas, Moisés no habría llegado a ser el gran protagonista del éxodo.
Es interesante notar, también, que si bien Jocabed desobedeció al faraón al no echar a su hijo al agua para que se ahogue, si ejecutó una obediencia fingida al decreto real “echando” al niño al río, pero en su “pequeña arca salvadora”. En un acto totalmente a la inversa, la hija del faraón “saca” al niño del agua, haciéndose así cómplice o colaboradora del movimiento de resistencia hebrea contra el poder egipcio. De nuevo, aquí como en otros pasajes de la Biblia, las mujeres se unen, aun cruzando barreras étnicas, para luchar contra la injusticia y la violencia. Por medio de este acto, la hija del faraón, al igual que las parteras, no se enfrenta al padre echándole en cara su injusticia y violencia, sino con una confrontación más sutil. Por esta acción, esta mujer se convierte de alguna manera en la “madre” del éxodo, al darle el nombre al niño—nombre que proclamará por siempre el acto de desobediencia civil de la madre: “si mi padre ordenó echar a los niños al río, yo saco a este del agua”; de allí el nombre Moisés (2:10)—, al crecerlo y educarlo, y prepararlo de la mejor manera para su futura tarea de liberador, líder y estadista.
Si la madre protegió la vida del niño “porque era bueno” (bonito, hermoso, 2:2)—como Dios había creado algo “lindo”—, acentuando así el aspecto creador de Dios, la hija del faraón protegió la vida del niño “porque sintió compasión” (2:6), emulando así al Dios liberador, al Dios del éxodo. Tanto el ser humano como el divino consideran de enorme valor tanto el aspecto estético como el ético del mundo y de la vida: el Dios que se extasia con la belleza de la creación es el mismo Dios que responde compasivamente a favor del oprimido, del sufriente; el ser humano que puede maravillarse con la belleza del otro ser humano, también puede ser movido a compasión para responder con justicia ante el peligro del mal. Cuando la hija del faraón exclama, “es un niño israelita” (2:6), no solo está se opone y anula el edicto de su padre, sino que también se hace solidaria de la causa de la justicia y se pone del lado del Dios que lucha contra toda opresión y maldad. Más aún, el mismo versículo seis coloca a la hija del faraón en la misma “sintonía” que Yavé al ser movida a preservar la vida del niño hebreo a través de la misma acción divina. Ella “vio al niño llorando” y Yavé había “visto la aflicción del pueblo” (Ex 3:7 y 9). La acción de la princesa egipcia adquiere es anticipo de la acción liberadora de Yavé al liberar a los hebreos del yugo egipcio por mediación de Moisés.
La hermana de Moisés tiene poca acción y tan solo unas cuantas palabras a la hija del faraón. Pero ¡qué crucial fue su papel!: la de ser intermediaria entre la madre y la princesa. En el momento oportuno y con agilidad de mente y creatividad ideó el plan perfecto: con un tremendo poder de persuasión le sugiere a la princesa egipcia que se adopte el niño, y asegura, además, que el niño y la madre se reúnan de nuevo de manera más permanente. De esta manera, la hermana de Moisés se une a las otras dos mujeres de esta historia y a las dos parteras como salvadoras de Moisés.
Éxodo 4:19-26
En este texto, Séfora, la esposa de Moisés (véase Ex 2:15-22) se convierte, como las mujeres de las otras historias, en salvadora de Moisés. En un lugar, en su camino a Egipto, Dios aparece con el propósito de acabar con la vida de Moisés. Hasta hoy, nadie ha podido dar una respuesta satisfactoria a este texto tan difícil. Moisés no había sido circuncidado, y por tanto, el compromiso de alianza de los descendientes de Abraham no se había cumplido: para ser miembro del pueblo de Dios, todo varón tenía que ser circuncidado. Moisés solo tenía dos alternativas, ser circuncidado en el acto o morir allá mismo.
Ante esta situación, y esto es lo que vale en esta reflexión, Séfora toma una decisión precipitada y de emergencia. Circuncida a su hijo porque no lo puede hacer con Moisés debido a que este tiene que estar totalmente sano y fuerte para proseguir su viaje a Egipto. Como ella y el muchacho se quedarían en el desierto, se le ocurrió tocar con el prepucio del niño el pene del marido para así circuncidarlo simbólicamente. Con esta acción, Séfora se enfrentó al mismo Dios y salió triunfante, ¡le preservó la vida a Moisés! Ese mismo hombre que Dios usaría para lograr su proyecto liberador. Así Séfora se une a las otras cinco mujeres a echar a andar el gran proceso que finalmente llevaría a la libertad al pueblo hebreo.
Conclusión
De acuerdo con estas historias, el reconocimiento es para las mujeres por haber sido sujetos esenciales para la preservación tanto de la nación como de su más grande líder. La mayor virtud de las cinco primeras fue no temerle al faraón y afrontar las consecuencias en aras de la vida y la justicia: las parteras fueron movidas por su “temor a Dios”, la hija del faraón por su compasión, la madre por su amor al hijo, y la hermana por su ingeniosidad e inventiva. Así cada una ofreció lo mejor de sí misma para vencer el mal y encaminar a Israel por el sendero de la libertad que tanto necesitaba. La virtud de Séfora fue actuar oportunamente y enfrentar al mismo Dios para salvar a su esposo.
En tres primeras historias se nota un movimiento ascendente: en la primera, el faraón da una orden y su pueblo obedece; en la segunda, el faraón habla, pero las parteras también hablan y tienen la última palabra; en la tercera, aunque de nuevo el faraón da la orden, al final la madre de Moisés, la hermana y la hija del faraón determinan el curso de la acción, y el faraón desaparece totalmente de la historia. El relator ha logrado, de esta manera, darle a las mujeres un papel protagónico y crucial en esta historia de liberación y del nacimiento de Israel como nación. ¡Antes de Moisés, ellas fueron las primeras líderes del proyecto liberador de Yavé!
Hay, por supuesto, otras historias en el libro de Éxodo, en las que las mujeres toman un papel activo a favor de otros individuos y del pueblo en forma total. De manera especial se debe mencionar el liderazgo compartido de Miriam junto con sus dos hermanos, Moisés y Aarón. Al final del libro se menciona la labor de otras mujeres que aportaron sus conocimientos artísticos y artesanales y sus bienes para la construcción del tabernáculo o tienda de reunión (Ex 35:25-26, 29).
Edesio Sánchez es mexicano, pastor de la Iglesia Presbiteriana y Doctor en Teología (PhD) con especialidad en el campo de Biblia por el Union Theological Seminary. Es traductor de las Sociedades Bíblica Unidas y ha participado en la traducción de las más conocidas versiones de la Biblia. Actualmente es profesor en la Universidad Bíblica Latinoamerica en San José de Costa Rica, y Secretario Regional para Centro América y el Caribe de la FTL.
Éxodo 1:1-14
En este texto, la mujer no aparece de manera explícita, así que por lo general no ha sido considerado como fuente clave para referirse a la participación protagónica de las mujeres en el plan de Dios para liberar a su pueblo de la opresión egipcia. Sin embargo, si se presta atención a lo que motivó la consternación del Faraón, no se puede dejar de lado la función vital de la mujer. El tema central del pasaje es el miedo del Faraón y de su pueblo por el descomunal crecimiento del pueblo hebreo—por eso se repiten varias veces el verbo “multiplicar” y sus cognados (“fructificar”, “aumentar”, “ser mayor”, “crecer”, “fortalecerse”, “hacerse fuerte”).
El pueblo hebreo es numeroso y, de acuerdo con el informe del faraón (Ex 1:9), es más numeroso y fuerte que el egipcio. Para llegar a tal estado de crecimiento y fortaleza, el papel de la mujer, aun más que el del varón, es de suprema importancia. Porque el texto no solo habla de la fecundidad de las mujeres hebreas, sino también de su fortaleza y salud para traer al mundo una población tan saludable y numerosa. Como esto lo sabía muy bien el farón, no lo sorprenderá en lo más mínimo el argumento de las parteras Sifrá y Puá: Es que las mujeres israelitas no son como las egipcias. Al contrario, son tan fuertes y saludables que tienen sus hijos ellas solas, sin nuestra ayuda (Ex 1:19).
Aunque el texto empieza con una lista de nombres masculinos, descendientes todos de Jacob y patriarcas de las tribus hebreas, y aunque se habla de la fortaleza y gran cantidad de hebreos en masculino—el texto hebreo literalmente dice en 1:12 “hijos de Israel” para referirse a la población masculina y militar hebrea—, el rol central es el de la mujer. En realidad lo que produjo el pavor del faraón fueron las mujeres hebreas que procrearon niños saludables y fuertes con una rapidez sorprendente, iniciando con su fecundidad una verdadera guerra que tenía al rey egipcio al borde del colapso. En relación con esto, aunque prácticamente ninguna versión de la Biblia sigue al Texto masorético, el verbo hebreo que la RV60 traduce como “viniendo” está en femenino plural, y permite la siguiente traducción de toda la oración: “…para que no se multipliquen, y suceda que ellas [las mujeres] nos declaren la guerra”.
Para darle más centralidad al tema de la fecundidad, el magnífico crecimiento y la fortaleza de la población, el texto hace eco del relato de la creación. Al leer Éxodo 1:7 nos es imposible dejar de “escuchar” Génesis 1:28 (véase también Gn 9:1, 7) y la promesa dada a los patriarcas (Gn 17:4-8; 35:11-12). De este modo, no solo se había cumplido con creces la orden divina de poblar la tierra, sino que se había abierto el camino para lograr la liberación sustentad y liderad por Yavé, el Dios del éxodo.
En un artículo titulado “¿Qué hacían mientras tanto las mujeres hebreas (Éxodo 1-2)?”, de Mercedes García Bachmann (Cuadernos de Teología 18, 1999), la autora plantea la pregunta que los exegetas nunca se han hecho: el papel de la mujer en una situación de opresión, esclavitud y pobreza. En efecto, mientras los hombres hebreos sacaban materiales, los cargaban y fabricaban los ladrillos y construían las grandes obras egipcias, algo importante debían de estar haciendo las mujeres. Además de cuidarse durante el embarazo y dar a luz hijos e hijas, las mujeres hacían todo el trabajo de limpieza de las casas, cultivaban los huertos, confeccionaban la ropa, cuidaban y educaban a los niños, hacían y arreglaban la ropa, preparaban los alimentos y, sin duda, se dedicaban a otras tareas, además de ser esclavas y servidoras de las familias egipcias, como el de ser parteras y nodrizas.
En esta, como las siguientes historias, el faraón no solo fracasa en sus planes, sino que termina en ridículo como un gobernante tonto e ingenuo. A pesar de que en el versículo 10 invita a su pueblo a actuar con astucia, todas sus órdenes y las acciones de su pueblo no pudieron prevenir lo que más quería evitar: el crecimiento del pueblo. Claro, ¡no se imaginaba que detrás del pueblo hebreo estaba Yavé actuado a su favor!
Éxodo 1:15-22
No cabe duda de que Sifrá y Puá, las parteras que atendían tanto a las mujeres hebreas como a las egipcias, son los personajes centrales de este relato: Además de sus nombres y los pronombres que se refieren a ellas, seis veces aparece la palabra “parteras” en el texto. El otro personaje clave es el faraón, su jefe—al que el autor prefiere dejar sin nombre—que les da orden de matar a los varoncitos recién nacidos, y a quién, como la historia señala, desobedecen y hasta ridiculizan. Si jugamos con sus nombres, podríamos decir que son “dos chicas bellas y guapas”.
De entrada, el relato nos hace ver que el rey egipcio, sumido en su machismo y actitudes patriarcales, cree que los varones y no las mujeres son el peligro más grande para la “paz” y “estabilidad” de su imperio. A ellos, a los hombres, son a los que se deben raer de la tierra para que se no conviertan en peligro contra el imperio. Parece no haberse dado por enterado de que la razón por la que había surgido el pánico en los versículos anteriores (1-14) y por el tema que ahora concierne, la fuente de su preocupación y temor no son solo los hombres, sino sobre todo las mujeres. Los varones sin las mujeres no pueden multiplicarse, pero las mujeres, aun con pocos hombres podrían llenar la tierra y hacer temblar al imperio más poderoso. Si el faraón lo hubiera pensado mejor pediría no solo la eliminación de los varoncitos, sino también la de toda niña que naciera. De nuevo, el texto está lleno de ironías y sarcasmos por medio de los cuales el narrador se burla del faraón y lo pinta como un soberano tonto y estúpido. La ironía y el sarcasmo se extienden todavía más cuando comparamos el texto de RV60 con el de la TLA y DHH. La RV60, que sigue al Texto masorético, dice en el versículo 22: “echad al río a todo hijo que nazca”. Es decir, el texto hebreo hace que el faraón omita la frase “nacido de los hebreos”—el texto completo debería ser: “echen al río todo hijo nacido de los hebreos”, tal como reflejan TLA y DHH siguiendo a la Septuaginta y otros testigos textuales—y de esa manera, tácitamente, incluya a los niños egipcios entre los que deberían ser echados al río. ¡No solo iba a frenar la población masculina hebrea, sino que su propia nación se iba a quedar sin fuerza militar y laboral!
Las dos parteras—egipcias o hebreas, pues no se sabe a ciencia cierta su nacionalidad y etnia—, temerosas de Dios (Ex 1:17), es decir, obedientes a los principios éticos de Dios, desobedecen al faraón, y preservan la vida de los niños. El relato es por demás un excelente trozo literario, lleno de sarcasmo y fino humor. El rey egipcio no castiga a las parteras, ni se deshace de ellas. Las llama para saber el porqué de su acción. Ambas urden un argumento—sin duda una mentira—ante el cual el faraón no puede responder. Como resultado, las parteras siguieron en su trabajo, los niños y las niñas siguieron acrecentando la población hebrea, y la creatividad y valor de las parteras, unidos a su obediencia a Dios, continuaron la “marcha” liberadora iniciada en el texto anterior (vv. 1-14).
¿Qué lecciones aprendemos de Sifrá y Puá? En primer lugar, que la única manera de romper las cadenas de la opresión es no permitir ser oprimidos. Ambas mujeres decidieron con creatividad y valor oponerse frontalmente al sistema opresivo y de mostrarse mucho más inteligentes y sagaces que el mismo representante del imperio opresor. No, Sifrá y Puá no iban a permitir ser usadas como mecanismo de opresión y muerte. El faraón tendría que buscar a otros agentes del mal para acabar con la vida de todo varón recién nacido—seguía con su necedad de ignorar el poder liberador de las mujeres. En segundo lugar, estas mujeres nos ofrecen la lección de optar no por la violencia para enfrentar la violencia, ni tampoco la abulia o fatalidad pasiva, sino la opción de la tercera vía, la resistencia no violenta. La de encontrar formas creativas de sorprender al poder imperial y no solo salir ilesas, sino con la batalla vencida. ¡Que ironía! Ese rey que no veía en las mujeres el peligro inminente, encontró en dos mujeres la frustración de su macabro plan. Como pago de su valentía, creatividad y sagacidad, Dios mismo las trató con mucha bondad y les concedió una familia numerosa. Por la vía negativa, la historia nos ofrece una tercera lección en la actitud del faraón. El rey de Egipto tenía todas las de perder no solo por haber subestimado la tenacidad y poder creativa de las dos mujeres, sin sobre todo, por haber subestimado el poder de Dios de llevar a cabo su misión liberadora por medio de los vulnerables a favor de los vulnerables.
Éxodo 2:1-10
Si en el relato anterior, la historia tuvo como protagonistas a dos mujeres que se enfrentaron a tú por tú con el faraón, aquí tres mujeres (la madre y la hermana de Moisés, y la misma hija del faraón) desobedecen las órdenes del rey de Egipto y toman las riendas de la historia por su cuenta en el mismo corazón del poder imperial.
El texto queda demarcado por las cláusulas “una hija de Leví que…dio a luz un hijo” (2:1) y “la hija del Faraón…que prohijó [a Moisés]” (2:10), y en medio de estas dos mujeres aparece la “hermana” que con mucha astucia y mente rápida logró que a Moisés nunca le faltara una madre para su supervivencia. La manera en la que el autor redacta su historia, hace resalte de manera superlativa el papel activo y decisivo de las mujeres en la supervivencia de Moisés: evitar que lo maten, encontrarle la madre sustituta perfecta, resolver el problema de su alimentación y cuidado y darle el contexto crecimiento y educación inigualable. El único varón adulto que aparece en la historia se cita en el versículo uno, y de los únicos verbos que es sujeto son “fue” y “tomó”. Después de esta información, la historia la escriben esas tres mujeres. Todos los verbos de acción en la historia las tienen por sujetos.
Sifrá y Puá ya habían hecho su parte en la gran obra liberadora del pueblo hebreo, aseguraron la vida del pequeño Moisés. Ahora les tocaba a la madre, a la hermana—el texto no las cita por nombre, pero por otros textos sabemos que se llamaban Jocabed y Miriam—y a la hija del faraón ayudar a Moisés a crecer y a prepararlo para la misión que Dios le tenía preparada.
En el texto, la madre dice y hace cosas que evocan la obra de creación de Dios y su obra redentora en el diluvio. De acuerdo con el texto hebreo del versículo dos, al ver al bebé, su madre exclama “¡qué bueno es!—queriendo decir al igual que la TLA, “¡Qué hermoso es!”—usando una expresión similar a la que Dios usó al terminar la obra de creación de cada día (Gn 1:4, 10, etc.). Tanto la palabra hebrea para “canasta de juncos” como los elementos que usó la madre para preparar la improvisada barquilla hacen eco del arca y su construcción en los relatos del diluvio (Gn 6:14). En otras palabras, al igual que en el primer relato, esta cuidadosa obra de amor para salvaguardar la vida de su hijo, es relatada en este texto con la grandilocuencia de la obra creadora y redentora de Dios. Y en efecto así es. Jocabed, al igual que su hija y la princesa de Egipto fueron participantes vitales en la misión liberadora del éxodo. Sin ellas, Moisés no habría llegado a ser el gran protagonista del éxodo.
Es interesante notar, también, que si bien Jocabed desobedeció al faraón al no echar a su hijo al agua para que se ahogue, si ejecutó una obediencia fingida al decreto real “echando” al niño al río, pero en su “pequeña arca salvadora”. En un acto totalmente a la inversa, la hija del faraón “saca” al niño del agua, haciéndose así cómplice o colaboradora del movimiento de resistencia hebrea contra el poder egipcio. De nuevo, aquí como en otros pasajes de la Biblia, las mujeres se unen, aun cruzando barreras étnicas, para luchar contra la injusticia y la violencia. Por medio de este acto, la hija del faraón, al igual que las parteras, no se enfrenta al padre echándole en cara su injusticia y violencia, sino con una confrontación más sutil. Por esta acción, esta mujer se convierte de alguna manera en la “madre” del éxodo, al darle el nombre al niño—nombre que proclamará por siempre el acto de desobediencia civil de la madre: “si mi padre ordenó echar a los niños al río, yo saco a este del agua”; de allí el nombre Moisés (2:10)—, al crecerlo y educarlo, y prepararlo de la mejor manera para su futura tarea de liberador, líder y estadista.
Si la madre protegió la vida del niño “porque era bueno” (bonito, hermoso, 2:2)—como Dios había creado algo “lindo”—, acentuando así el aspecto creador de Dios, la hija del faraón protegió la vida del niño “porque sintió compasión” (2:6), emulando así al Dios liberador, al Dios del éxodo. Tanto el ser humano como el divino consideran de enorme valor tanto el aspecto estético como el ético del mundo y de la vida: el Dios que se extasia con la belleza de la creación es el mismo Dios que responde compasivamente a favor del oprimido, del sufriente; el ser humano que puede maravillarse con la belleza del otro ser humano, también puede ser movido a compasión para responder con justicia ante el peligro del mal. Cuando la hija del faraón exclama, “es un niño israelita” (2:6), no solo está se opone y anula el edicto de su padre, sino que también se hace solidaria de la causa de la justicia y se pone del lado del Dios que lucha contra toda opresión y maldad. Más aún, el mismo versículo seis coloca a la hija del faraón en la misma “sintonía” que Yavé al ser movida a preservar la vida del niño hebreo a través de la misma acción divina. Ella “vio al niño llorando” y Yavé había “visto la aflicción del pueblo” (Ex 3:7 y 9). La acción de la princesa egipcia adquiere es anticipo de la acción liberadora de Yavé al liberar a los hebreos del yugo egipcio por mediación de Moisés.
La hermana de Moisés tiene poca acción y tan solo unas cuantas palabras a la hija del faraón. Pero ¡qué crucial fue su papel!: la de ser intermediaria entre la madre y la princesa. En el momento oportuno y con agilidad de mente y creatividad ideó el plan perfecto: con un tremendo poder de persuasión le sugiere a la princesa egipcia que se adopte el niño, y asegura, además, que el niño y la madre se reúnan de nuevo de manera más permanente. De esta manera, la hermana de Moisés se une a las otras dos mujeres de esta historia y a las dos parteras como salvadoras de Moisés.
Éxodo 4:19-26
En este texto, Séfora, la esposa de Moisés (véase Ex 2:15-22) se convierte, como las mujeres de las otras historias, en salvadora de Moisés. En un lugar, en su camino a Egipto, Dios aparece con el propósito de acabar con la vida de Moisés. Hasta hoy, nadie ha podido dar una respuesta satisfactoria a este texto tan difícil. Moisés no había sido circuncidado, y por tanto, el compromiso de alianza de los descendientes de Abraham no se había cumplido: para ser miembro del pueblo de Dios, todo varón tenía que ser circuncidado. Moisés solo tenía dos alternativas, ser circuncidado en el acto o morir allá mismo.
Ante esta situación, y esto es lo que vale en esta reflexión, Séfora toma una decisión precipitada y de emergencia. Circuncida a su hijo porque no lo puede hacer con Moisés debido a que este tiene que estar totalmente sano y fuerte para proseguir su viaje a Egipto. Como ella y el muchacho se quedarían en el desierto, se le ocurrió tocar con el prepucio del niño el pene del marido para así circuncidarlo simbólicamente. Con esta acción, Séfora se enfrentó al mismo Dios y salió triunfante, ¡le preservó la vida a Moisés! Ese mismo hombre que Dios usaría para lograr su proyecto liberador. Así Séfora se une a las otras cinco mujeres a echar a andar el gran proceso que finalmente llevaría a la libertad al pueblo hebreo.
Conclusión
De acuerdo con estas historias, el reconocimiento es para las mujeres por haber sido sujetos esenciales para la preservación tanto de la nación como de su más grande líder. La mayor virtud de las cinco primeras fue no temerle al faraón y afrontar las consecuencias en aras de la vida y la justicia: las parteras fueron movidas por su “temor a Dios”, la hija del faraón por su compasión, la madre por su amor al hijo, y la hermana por su ingeniosidad e inventiva. Así cada una ofreció lo mejor de sí misma para vencer el mal y encaminar a Israel por el sendero de la libertad que tanto necesitaba. La virtud de Séfora fue actuar oportunamente y enfrentar al mismo Dios para salvar a su esposo.
En tres primeras historias se nota un movimiento ascendente: en la primera, el faraón da una orden y su pueblo obedece; en la segunda, el faraón habla, pero las parteras también hablan y tienen la última palabra; en la tercera, aunque de nuevo el faraón da la orden, al final la madre de Moisés, la hermana y la hija del faraón determinan el curso de la acción, y el faraón desaparece totalmente de la historia. El relator ha logrado, de esta manera, darle a las mujeres un papel protagónico y crucial en esta historia de liberación y del nacimiento de Israel como nación. ¡Antes de Moisés, ellas fueron las primeras líderes del proyecto liberador de Yavé!
Hay, por supuesto, otras historias en el libro de Éxodo, en las que las mujeres toman un papel activo a favor de otros individuos y del pueblo en forma total. De manera especial se debe mencionar el liderazgo compartido de Miriam junto con sus dos hermanos, Moisés y Aarón. Al final del libro se menciona la labor de otras mujeres que aportaron sus conocimientos artísticos y artesanales y sus bienes para la construcción del tabernáculo o tienda de reunión (Ex 35:25-26, 29).
Edesio Sánchez es mexicano, pastor de la Iglesia Presbiteriana y Doctor en Teología (PhD) con especialidad en el campo de Biblia por el Union Theological Seminary. Es traductor de las Sociedades Bíblica Unidas y ha participado en la traducción de las más conocidas versiones de la Biblia. Actualmente es profesor en la Universidad Bíblica Latinoamerica en San José de Costa Rica, y Secretario Regional para Centro América y el Caribe de la FTL.
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