Resurrecciones en Samaria (sobre Juan 4)

Por Juan José Barreda Toscano

Se pensó que la jornada sería corta, pero no lo es. Los caminos se hacen más largos cuando éstos vienen cargados de tensiones internas. Esta vez no son los "otros", sino los mismos amigos quienes guardan un silencio total. Nada. Ni una palabra se pronuncia. Sin embargo, en los ojos de todos ellos se pueden oír los gritos de disconformidad. Aun las aves parecen oírlos pues todas ellas levantan vuelo ni bien perciben los alaridos de sus miradas. Joshua sabe lo que pasa por los corazones de sus amigos, pero solo camina. Distendido transita su camino y disfruta del silencio. Otro silencio es el suyo..., uno distinto al de los doce.


Llegada la noche deciden establecerse en un lugar algo descampado. Se sientan alrededor de un fogón que el mismo Joshua ha preparado. Quienes no soportan el silencio sacan los temas de conversación más insólitos. Furzios y tartamudeos acompañan sus exposiciones y delatan la incomodidad que todos sufren, menos Joshua. Johanán no habla. Está inquieto porque quiere preguntarle a Joshua el por qué de todo esto, pero tiene temor y el temor le duele. Este dolor lo desilusiona porque él mismo es mejor al lado del maestro. Con Joshua quiere creer, pero este silencio le revive experiencias que pensó haber dejado atrás. Digo: "no decir", obedecer irreflexivamente como una forma de "fidelidad", aceptar la censura camuflada en "la verdad". Es una noche rara en tierra extraña... Más cansado de lo normal, Johanán se disponer a dormir recostado sobre trapos y pieles que lo libren de tener mayor contacto con aquel suelo.

Era necesario que estuvieran en Samaria. Joshua, como es su costumbre, se aparta del grupo para descansar. No hay estrellas ni luna que iluminen su entorno. Todo existe de forma más poderosa. A pesar de las calumnias que las religiones han levando contra ellas, Joshua disfruta a pleno la bendición de las tinieblas. Su primera sensación es la del temor. Luego, descansa en la vulnerabilidad. No sabe qué hay a su alrededor y por ello tampoco qué hacer. Entonces, decide entregarse y se acuesta en el suelo. Sin mantas ni mantos, siente el pasto terso que le es amigable. Mueve un poco sus brazos y luego los recoge sobre su cabeza haciéndolos de almohada. Mira la oscuridad y disfruta de la impotencia. Ruidos diversos vienen de desconocidos lugares y todos ellos parecen estar dirigidos a él. En ese silencio y esa accesibilidad se comprende tan solo como un ser humano, piensa en la grandeza de su Padre y la belleza de la creación, que por bella es también buena.


 
-Maestro --Sin abrir los ojos sabe quién es--. Puesto de pie, Joshua sugiere el camino y pero les pide a los doce que se adelanten a la ciudad a comprar algo de comer.
 
-Maestro, ¡tenemos para comer! --Le dice Jacob--
 
-Pero no es suficiente --Contesta Joshua mientras inicia su camino-- Encuéntrenme en Sicar al regreso.
 
Un silencio volvió a envolver a los doce. ¿Qué propuesta era esta? Ya no serían tan solo viajeros transitando una tierra impura, ahora, peor todavía, tendrían que recibir la hospitalidad ¡¡de los samaritanos!! Entrar en contacto con ellos, hacer acuerdos, comer alimentos provenientes de sus manos... su pan, su vino... ¿Cómo esperaba Joshua que los samaritanos recibieran a estos judíos? Quizás hasta tendrían que dar alguna explicación sobre su presencia en esas tierras... Al marcharse Joshua, atropellaron el espacio los comentarios:
 
-¿Qué es esto? --Explosivamente exclamó el ex cananista Shimón--
 
Todos los demás también explotaron al unísono en sus comentarios... Cefas arrojó al suelo su bolso en señal de desacuerdo con la solicitud de su maestro. Johanan se apartó del grupo por unos metros y se sentó a la sombra de un árbol aislado del resto. Por los labios de Judas pasaban mil conjuras de arrepentimiento por seguir a Joshua hasta ese lugar. De alguna manera, todos expresaban sus dudas y sus temores. ¿Sería que aquello que se decía de Joshua era verdad? ¿Sería un farsante? La lógica de Jesús no tenía lógica.
 
Los amigos tardaban. Sentado junto al pozo de Jacob, padre de los Samaritanos, Joshua ve que el sol empieza a ocultarse. Ha pasado la tarde y no ha podido beber nada. No tiene en qué contener algo de agua para beber. Sería inapropiado de su parte beber del recipiente que todos los demás usan para llenar sus recipientes. Contaminaría el agua para los demás. Entre la gente, ve acercarse a una mujer con cierta prisa. Shulamit lleva sobre su cabeza un jarrón vacío, seguramente para llenarlo de agua y llevarlo a su casa. Quizás sin pensarlo demasiado, quizás con toda la conciencia del mundo, cómo podemos saberlo, Joshua le pide:
 
-Mujer: ¿me da un poco de agua?
 
Cuando está a punto de dárselo, Shulamit advierte que aquel hombre no es samaritano, es judío. Entonces se detiene y suelta el comentario:
 
-¡Cómo se le ocurre pedirme esto? ¡No es más que un judío!
 
Joshua recordó el desprecio que los samaritanos sienten hacia los judíos...
 
Mientras tanto los doce han resuelto no ir a la ciudad. Sin acordar qué le dirán a Joshua, han emprendido camino a Sicar para encontrarse con él. Lo más valiente hubiera sido seguir paso a Galilea, pero no ha llegado a tanto su coraje. Hay muchas cosas en juego para no tomar esa decisión tan coherente. La opinión de sus familiares, por ejemplo. Todos, a excepción de uno, son casados y no son bien vistos por haber dejado en casa a sus esposas e hijos. Inclusive, podría ser que ellas prefirieran cargar con la vergüenza de ser mujeres abandonadas, antes que tener al lado a un esposo que ha perdido su honor por haberse involucrado con un falso Mesías. Aquello que mueve los pies de los amigos de Joshua no es precisamente la confianza, es la angustiosa necesidad de tener soluciones a todas sus intrigas.
 
-Si Usted supiera del amor de Dios y quién soy yo, Usted me solicitaría agua a mí; y la verdad, yo se la daría sin ninguna excusa un agua para que tenga una vida plena --le dijo Joshua--
 
Shulamit le contestó con un tono de voz más alto:
 
-¿Qué se cree Usted...? 
 
De repente advierte que está sosteniendo una conversación en público con un hombre desconocido. Pero su celo por Dios es mayor y desestima las miradas incriminatorias para defender su fe.
 
-Jacob es nuestro padre. De este pozo se alimentaron sus descendiente, los doce. O será que... ¿Se cree más importante que él? No tiene siquiera con qué sacar el agua... ¿Qué agua puede darme?
 
Las cartas estaban sobre la mesa. Shulamit muestra abiertamente su arraigo a su fe samaritana y su antipatía a la arrogancia de los judíos.
 
-Te das cuenta que no le va a gustar esto, ¿no?
 
-No me importa. No puedo contaminarme de esta manera... No estoy para este tipo de cosas. Espero que tenga una explicación o me vuelvo a la pesca --ya casi llegando a Sicar, conversaban Johanan y Cefas--
 
Joshua también observa que la situación se ha complicado. La mujer parece ofendida y si las cosas se ponen más tensas podría él mismo terminar siendo expulsado, o peor aún, agredido físicamente por la población. Pero las miradas de desagrado no son solamente hacia él, también hacia ella. Él admira su pasión, pero piensa que buena parte de su intrepidez responde a un corazón experimentado en el dolor. Aunque todo dolor no termina en sabiduría, el de ella parece haber superado la resignación por la fe valiente en el Dios de su padre Jacob.
 
-Ya le digo, cualquiera que beba de este pozo volverá a tener sed, pero si bebe del agua que yo le ofrezco será como tener una fuente de agua en su ser para gozar de una vida plena --le dice Joshua--
 
La mujer calla y lo mira. Esta segunda mención a la vida plena la ha silenciado. Ahora advierte que es una propuesta y Joshua la mira con ternura. Ella puede reconocer esa mirada de algún lugar. No recibe cariño desde hace mucho tiempo, pero sabe que existe. Sabe que hay amor en el mundo. Ese afecto que alguna vez recibió lo ha guardo en lo profundo de su ser a pesar de tantos años de sufrimiento. Por esa esperanza es que ahora reconoce esa mirada.
 
-Dame de esa agua para que puede seguir creyendo --Shulamit le dice a Joshua en tono bajo y titubeante--
 
-Trae a tu esposo para poder dártela
 
Ahora la desazón se apodera de Shulamit. No había acuerdos con mujeres. Ni siquiera en materia de fe. No debió haberse ilusionado, pensó. 
 
-¡No tengo esposo! --Le contestó enérgicamente mirándolo a los ojos--
 
-Es verdad, --le dice pausadamente Joshua-- pues tuviste cinco esposos, pero el hombre con el que vives no es tu esposo, ¿verdad?
 
Shulamit no entiende lo que sucede. Cómo es que conoce su historia. Es posible que su cuerpo cansado, que su mirada espaciada, le haya dicho a este hombre que ella es una mujer sufrida. ¿Pero conocer de su viudez y los abandonos?... ¿Cómo podría saber esto? ¿Quién se lo contaría? Nuevamente la postura de Jesús parece decirle algo más. Él no se acerca como quien la desprecia, sino como quien se preocupa por ella. No la culpa de los desprecios que sufrió en sus divorcios. Conoce su actual condición de sierva de un hombre que la explota como una esclava.
 
-Me parece que eres un profeta. Yo..., digo, nosotros... tenemos una tradición religiosa distinta a la judía. Para nosotros Dios se revelaba desde Gerizim, pero Ustedes dicen que lo hace en Jerusalén --comenta Shulamit --
 
-Mujer, no te lo voy a negar. Ustedes adoran lo que no saben, pero nosotros sí lo sabemos. La salvación surgirá del pueblo judío. Pero no es por los judíos, ni para los judíos por el mero hecho de serlo. Ha llegado el tiempo en que ni en Gerizim ni en Jerusalén, ni por ser judío o samaritano, ni por hombre, ni libre...
 
(la emoción enciende el rostro de Shulamit)
 
Camino a Sicar, Judá, no el tesorero, el otro, detiene su marcha y les pide a los demás que se detengan. No se anima a llegar a Joshua sin la comida. No se trata obviamente de dejar al maestro sin comida, sino de ir demasiado lejos con aquello de no mezclarse con los samaritanos y rebelarse al maestro. Claro que Joshua sabe que esto les molesta, pero ¿por qué pensar que la solicitud de Joshua es provocativa? Es decir, ¿por qué creer que les ha pedido esto para humillarlos o hacerles notar su autoridad? Nunca ha procedido así. Invitándolos a mirar hacia el oeste, a menos de 100 codos, se puede ver una pequeña aldea en la que podrían conseguir algo de comer.
 
-Siguen siendo samaritanos --aclara Leví--
 
-Claro, porque tú no tienes una historia, ¿verdad? --le replica Judá--
 
Ahora Leví lo mira fijamente dispuesto a iniciar una discusión. Cefas lo nota e interrumpe con una sugerencia.
 
-Elijamos a uno para que vaya y compre algo de comer
 
-Que vaya Judá  --dice Leví--
 
Resuelto a no encontrarse con Joshua sin algo que darle de comer, Judá prefiere contaminarse y se dirige hacia el pueblo con el dinero que el Iscariote le acaba de entregar.
 
-Dios es Espíritu, y los que le adoran, únicamente podrán adorarle desde un testimonio de vida consecuente con su Padre. No habrá lugar entre ellos para la discriminación ni el desprecio. No habrá herencias raciales ni de género, ni historias personales que los excluyan... Todo ser humano tendrá libertad para acercarse a Dios.
 
Ahora sonriendo, Shulamit quiere abrazar a Joshua pero no llega a tanto.
 
-Sabía que vendría un Mesías y nos compartiría todas estas cosas...
 
-Tú ya sabías mucho de esto, yo solo te estoy anunciando su realización...
 
Shulamit dejó el jarrón en el suelo y salió corriendo a la ciudad anunciando que había hallado al Mesías. En ese transcurrir se cruza con los doce que venían con algo de comida y les comenta lo que le había sucedido. Estos hombres se quedan sin palabras y observan que otros samaritanos se acercan y le prestan toda la atención. No es su vehemencia, sino su claridad para expresar su fe lo que convoca a tantos... Inclusive los doce le prestaban total atención. Al oír todo esto, muchos samaritanos de aquella ciudad se dirigieron a Sicar para encontrarse con Joshua. También fueron los doce. Cuando estaban por llegar se adelantaron a la multitud y le ofrecieron la comida que habían comprado. En especial Judá que esperaba quizás alguna mención especial por haber hecho el esfuerzo de comprar la comida él solo.
 
-No gracias. No tengo hambre --le respondió Joshua ante el ofrecimiento de la comida--
 
Pensaron que quizás ya había comido algo... no entendían bien lo que sucedía. ¡Tanto lío por comprar la comida para nada! ¿Por qué entonces les pidió que comprasen la comida si finalmente no iba a comerla?
 
Inmediatamente después llegan Shulamit y varios samaritanos que quieren oírle. Joshua acepta sus saludos y se sienta con ellos a compartirles el mensaje del reinado de Dios. Shulamit no cesaba de hacer intervenciones y de compartir sus apreciaciones que enriquecían las enseñanzas de Joshua. Los amigos, por su parte, tomaron asiento pero no se animaron del todo a recibir la hospitalidad de los samaritanos. Al menos no todos ellos. Entonces uno se acercó a Joshua y le compartió un pedazo de pan. El maestro le agradeció, bendijo el alimento y lo comenzó a comer sintiendo su cuerpo tener nueva vitalidad. Judá apretó la alforja con la comida, y mientras algunos de los doce seguían atónitos sin entender bien lo que sucedía, este amigo de Joshua abandonaba su muerte al comprender el por qué de la solicitud de Joshua.
 
Dos días enteros compartieron con los samaritanos. No fueron los buenos argumentos de Joshua, sino el encuentro de los cuerpos, de sus historias y sus esperanzas, por lo que los doce conocieron al Dios que es Espíritu. No fue en Jerusalén, ni con los rabinos de sus sinagogas, sino en medio de samaritanos que descubrieron la adoración a Dios desde una vida de inclusión. Cuando recibieron la hospitalidad samaritana se confrontaron a sus propias muertes. Supieron de su soberbia que los excluía de la vida y de su necesidad de amarse de otras maneras. El silencio de Joshua fue llenado en aquellos dos días. El silencio habló por medio de sonrisas, de mantas recibidas para protegerse del frío, de testimonios samaritanos de resurrecciones cotidianas. Es verdad, todos los doce no hicieron el mismo proceso, ni éste fue pleno en aquella precisa ocasión. Pero varios de ellos, como lo había hecho Shulamit y otros samaritanos, se sirvieron del agua que al beberla los llevó a comprender al Dios que es Espíritu y que resucita de las muertes.


Juan José Barreda es peruano, pastor de la Iglesia Evangélica Bautista de Constitución en Buenos Aires (iglesia miembro de la Red del Camino). Tras hacer una Maestría en el Seminario Internacional Teológico Bautista de Buenos Aires, hizo su doctorado en el campo de Biblia en el Instituto Universitario ISEDET. Actualmente es Secretario de Publicaciones de la Fraternidad Teológica Latinoamericana y Coordinador de Bíblica Virtual.





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